Lee el siguiente texto
Dos árboles y una familia de ardilla
Érase una vez un bosque lleno de árboles, arbustos y flores de
todos los tamaños, formas y colores, enclavado en un área de clima tropical, donde
muchos animales, desde que nacían y hasta que morían, vivían gozando de la
abundancia de alimento que el bosque les convidaba.
En medio del bosque
corría un río, cuyo caudal era tan fuerte, que no era raro ver cómo arrastraba
toda clase de plantas y animales sin la menor compasión ni misericordia, hasta
abandonarlos totalmente destrozados, muy lejos de donde los recogía.
Una familia de
ardillas que no tenía hogar, decidió ocupar dos de los más hermosos árboles de
ese bosque. Eran los más frescos y frondosos, pues habían nacido justo a la
orilla del río, lo cual, les permitía nutrirse a placer tanto de la tierra como
del agua, que bañaba la parte superior de sus raíces y las mantenía eternamente
frescas a pesar del irreverente calor que azotaba la región.
Ambos árboles,
crecieron junto con varias generaciones de esa familia de esponjados y
traviesos petigrises que los habitaban. En uno de ellos, el que se encontraba
río arriba, por alguna razón se habían concentrado las ardillas más
irresponsables e insensatas de la familia, mientras que en el otro, y por la
misma extraña razón, parecían haberse aglomerado las más cuidadosas, esmeradas
y trabajadoras; las más responsables y solidarias.
Todos saben que los
árboles no pueden ver, pues no tienen ojos, pero aunque tampoco tienen oídos,
son capaces de escucharnos si les hablamos. Y también son capaces de sentirnos
si nos aproximamos a ellos y los tocamos con cariño. Cuando así lo hacemos,
notamos claramente que su follaje es más abundante y frondoso, sus flores más
bellas y aromáticas, y sus frutos más dulces y jugosos. Y cuando reciben
huéspedes en sus troncos y en sus ramas, los acogen y les dan cobijo, seguridad
y alimento.
Eso mismo hicieron
los dos árboles que protagonizan esta historia. Alojaron a la familia de
ardillas, les brindaron alimento y las protegieron de las inclemencias del
tiempo; el viento, la lluvia y el ardiente sol del trópico.
Con el tiempo, el
árbol que se encontraba río abajo, el de las ardillas amistosas, continuó su
desarrollo y se convirtió en la envidia de toda la comarca. Era el más grande,
el más frondoso y el más pródigo de todos, y el más generoso también. Sus
afanosas pobladoras, no sólo se servían de él, sino que también se esforzaban
por tenerlo en forma. Lo limpiaban, lo abonaban, y aún cuando sabían que al
árbol le resultaba aguda y profundamente doloroso, también lo podaban. Le
mondaban las ramas que le crecían del lado del río, como si se opusieran a la
natural tendencia que tienen todas las plantas a buscar la humedad. Pero ellas
sabían por qué lo hacían.
En cambio, las
ardillas del otro árbol, del que se encontraba río arriba, se limitaban a
disfrutar de la hospitalidad de éste, sin darle nada a cambio, sin cuidarlo,
sin limpiarlo. Y como intuían que a todos los seres vivos les duele que los
mutilen, nunca lo podaban. Por el contrario, dejaban que se desarrollara y se
extendiera a su libre albedrío. Así, con el paso de los años, una de sus ramas,
la más grande y exuberante, creció, creció y creció, extendiéndose sin límite
sobre el cauce del río, como si quisiera acompañarlo hasta encontrarse con el
mar. Ambos, anfitrión y huéspedes, disfrutaban con plenitud de la fresca brisa
de las aguas que incesantemente corrían debajo. Era el lugar preferido por esas
ardillas. Pasaban ahí la mayor parte del día y de la noche. Era un lugar
paradisiaco; apacible y plácido, casi celestial.
Cierta tarde, al
principio del verano, cayó sobre aquel bosque una lluvia torrencial que mojó a
todos los animales y plantas que allí vivían, e hizo crecer el cauce pluvial
con tal magnitud, que alcanzó la idílica rama y tiró de ella con tal fuerza,
que sin la menor misericordia arrastró al árbol entero, cual despreciable baratija, junto con todos sus moradores.
Haber cortado al
árbol esa rama, cuando era apenas una vara, desde luego que le habría dolido,
pero seguramente que el final de esta historia no habría sido tan desdichado.
Autor: Sergio
Augusto Vistrain
Ahora, realiza los siguientes ejercicios
1) Haz un
dibujo sobre el cuento
2) Completa
el cuento con los verbos correspondientes:
Érase, morían, vivían,
arrastraba, abandonarlos, permitía, azotaba, encontraba, escucharnos, acogen,
esforzaban, disfrutaban, arrastró.
Érase una vez un bosque lleno de árboles, arbustos y flores de todos los tamaños, formas y colores, enclavado en un área de clima tropical, donde muchos
animales, desde que ………… y hasta que…………..,……………..gozando de la
abundancia de alimento que el bosque les convidaba.
En medio del bosque
corría un río, cuyo caudal era tan fuerte, que no era raro ver cómo ………………….
toda clase de plantas y animales sin la menor compasión ni misericordia, hasta …………………….
totalmente destrozados, muy lejos de donde los recogía.
Una familia de
ardillas que no tenía hogar, decidió ocupar dos de los más hermosos árboles de
ese bosque. Eran los más frescos y frondosos, pues habían nacido justo a la
orilla del río, lo cual, les……………. nutrirse a placer tanto de la tierra
como del agua, que bañaba la parte superior de sus raíces y las mantenía eternamente
frescas a pesar del irreverente calor que ………………… la región.
Ambos árboles,
crecieron junto con varias generaciones de esa familia de esponjados y
traviesos petigrises que los habitaban. En uno de ellos, el que se …………………. río
arriba, por alguna razón se habían concentrado las ardillas más irresponsables
e insensatas de la familia, mientras que en el otro, y por la misma extraña
razón, parecían haberse aglomerado las más cuidadosas, esmeradas y
trabajadoras; las más responsables y solidarias.
Todos saben que los
árboles no pueden ver, pues no tienen ojos, pero aunque tampoco tienen oídos,
son capaces de ……………………. si les hablamos. Y también son
capaces de sentirnos si nos aproximamos a ellos y los tocamos con cariño.
Cuando así lo hacemos, notamos claramente que su follaje es más abundante y
frondoso, sus flores más bellas y aromáticas, y sus frutos más dulces y
jugosos. Y cuando reciben huéspedes en sus troncos y en sus ramas, los …………….. y les dan cobijo, seguridad y
alimento.
Eso mismo hicieron los
dos árboles que protagonizan esta historia. Alojaron a la familia de ardillas,
les brindaron alimento y las protegieron de las inclemencias del tiempo; el
viento, la lluvia y el ardiente sol del trópico.
Con el tiempo, el
árbol que se encontraba río abajo, el de las ardillas amistosas, continuó su
desarrollo y se convirtió en la envidia de toda la comarca. Era el más grande,
el más frondoso y el más pródigo de todos, y el más generoso también. Sus
afanosas pobladoras, no sólo se servían de él, sino que también se ………………….
por tenerlo en forma. Lo limpiaban, lo abonaban, y aún cuando sabían que al
árbol le resultaba aguda y profundamente doloroso, también lo podaban. Le
mondaban las ramas que le crecían del lado del río, como si se opusieran a la
natural tendencia que tienen todas las plantas a buscar la humedad. Pero ellas
sabían por qué lo hacían.
En cambio, las
ardillas del otro árbol, del que se encontraba río arriba, se limitaban a
disfrutar de la hospitalidad de éste, sin darle nada a cambio, sin cuidarlo,
sin limpiarlo. Y como intuían que a todos los seres vivos les duele que los
mutilen, nunca lo podaban. Por el contrario, dejaban que se desarrollara y se
extendiera a su libre albedrío. Así, con el paso de los años, una de sus ramas,
la más grande y exuberante, creció, creció y creció, extendiéndose sin límite
sobre el cauce del río, como si quisiera acompañarlo hasta encontrarse con el
mar. Ambos, anfitrión y huéspedes, ………………… con plenitud de la fresca brisa de
las aguas que incesantemente corrían debajo. Era el lugar preferido por esas
ardillas. Pasaban ahí la mayor parte del día y de la noche. Era un lugar
paradisiaco; apacible y plácido, casi celestial.
Cierta tarde, al
principio del verano, cayó sobre aquel bosque una lluvia torrencial que mojó a
todos los animales y plantas que allí vivían, e hizo crecer el cauce pluvial
con tal magnitud, que alcanzó la idílica rama y tiró de ella con tal fuerza,
que sin la menor misericordia ………………….
al árbol entero, cual despreciable baratija, junto con todos sus moradores.
Haber cortado al
árbol esa rama, cuando era apenas una vara, desde luego que le habría dolido,
pero seguramente que el final de esta historia no habría sido tan desdichado.
3) Copia en tu libreta el cuento que has leído
4) Señala
las palabras que no hayas entendido
Habla con tu compañero y
pregúntale si conoce su significado y pregúntale también al profesor.
5) Contesta
las preguntas siguientes:
-¿En qué tipo de clima hay
abundante vegetación?
-¿Qué hacía el río con las cosas que se le acercaban?
-Respecto al árbol que se encontraba río arriba, ¿cómo
era la familia de ardillas?
-¿Cómo crecía el árbol que se encontraba río
abajo?
-¿Qué sucedió una tarde de
verano al árbol que se encontraba río arriba?
6) Contesta en forma oral: ¿Qué deberían haber hecho las ardillas del
árbol que se encontraba río arriba?
7) Con la ayuda de tu compañero, construye frases con las siguientes palabras:
-Arbusto
-Irreverente
-Azotar
-Petigrís
-Inclemencia
-Alojar
-Envidia
-Comarca
-Torrencial
-Cauce
-Afanarse
7) Con la ayuda de tu compañero, construye frases con las siguientes palabras:
-Arbusto
-Irreverente
-Azotar
-Petigrís
-Inclemencia
-Alojar
-Envidia
-Comarca
-Torrencial
-Cauce
-Afanarse
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